Un día comenzaron a seguirme las hormigas. En la plaza, en la oficina, en la micro y en mi pieza. Escalaban mis piernas y se deslizaban por mis dedos. Las más osadas llegaban hasta las puntas desteñidas de mi pelo.
Inútilmente busqué restos de comida, papeles de dulces, un labial con sabor. Resignada aprendí a llevar un Tanax en la cartera.
Anoche, cuando las escuché trepar por las sábanas comprendí que venían a comerse mis penas. Me quedé dormida rápido para que no me doliera.
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