"Mientras este reloj camine yo te voy a querer”, le había
dicho su marido años atrás cuando aún eran novios. Por eso, el domingo que María
despertó para ver que el reloj estaba quieto, dejó la casa tirada y partió
corriendo a una relojería.
Recién a la hora de almuerzo
encontró un lugar abierto. Con el apuro y la angustia ni miró las
pilas, se las embutió y para su alivio, vio como se movía el palito
largo por unos segundos.
Volvió tranquila a su casa. A medio camino le bajó un ataque
de risa por la ridiculez que había hecho y continuó riendo hasta que abrió la
puerta. “¡Mi amor, ni te imaginas en las leseras que andaba!” gritó María.
No hubo respuesta. “¿Mi amor?” preguntó. Entonces
le chocó, no había visto a su marido en la mañana. En la cocina encontró la nota, “Conocí a otra, lo siento. PD: te dejé carne en el freezer”.
Desesperada, sacó el
reloj de su bolsillo, estaba tan muerto como cuando despertó. Dio vuelta la
cartera para ver la marca de las pilas “A cuenta”, leía el empaque y a María le
pareció que la boleta se reía.