Don Ficus llegó a mi casa antes que yo. No mucho, un año o
dos, nada más. En todo este tiempo nunca entablamos conversación. Un par de
veces lo saludé por cortesía pero Don Ficus nunca contestó.
Vivió sus últimos ocho años en la habitación continua a la
mía, frente a una ventana para que pudiera recibir algo de sol.
Yo era mala con Don Ficus, nunca lo regué, ni le limpié las
hojitas. Ni siquiera lo felicité para el día del medio ambiente y eso que él asistió a todos mis cumpleaños.
El último año Don Ficus se enfermó. El Doctor Planta dijo
que sus probabilidades de vivir eran prácticamente nulas porque las raíces se habían
apretado hasta el punto que ya no absorbían agua. Nos dijo también que nos
salía mejor botarlo y comprar un ficus nuevo. Eso me partió el corazón ¿Cómo un
ficus nuevo? ¿Así sin más?
Hoy Mamá Araña lo sacudió fuerte para despertarlo, perdió
sus últimas hojitas, pero
no reaccionó. Lo dieron por muerto, lo metieron en una bolsa de basura del
Jumbo y me mandaron a tirarlo.
Y así, sin pena ni gloria partió Don Ficus de nuestro hogar.
Antes de irme le di un abrazo, pero ya no era Don Ficus, era un cadáver de
planta que nunca va a saber lo mucho que me arrepiento de no haberlo cuidado.
Julieta.
Julieta.